Por Eugenia Ramírez Goicoechea.
Cito:
“La tolerancia a la interrelación sexual de autoridades civiles. Militares y
comerciantes europeos con mujeres india de alto prestigio social fue un hecho
en la India Colonial Británica hasta finales del siglo XVIII. Algunas dieron
lugar a nutridas familias basadas n relaciones estables y permanentes. Al
llegar a cierta edad no era infrecuente que hijos e hijas fueran enviados a Inglaterra para
educarse con tíos o abuelos. Estos británicos, denominados White Msughals
(mogoles blancos) mostraban una apertura intercultural también en otros
dominios: la lengua, la alimentación, la decoración, las relaciones familiares
extensas, las formas de ocio y hasta la indumentaria. Al morir, legaban a su
compañera e hijos todas sus propiedades (Dalrymple, 2003).
Sin llegar a
constituir familias, algunos europeos, tanto en India como en África,
mantuvieron relaciones permanentes y estables con mujeres que les cuidaron
siempre, confundidas por la colonia como empleadas domesticas. Su invisibilidad
social desaparecía cuando se hacía público que sus compañeros les habían legado
todos sus bienes.
A
pesar de prohibiciones y admoniciones
constantes por parte de las autoridades coloniales, siempre que estas practicas
y relaciones se mantuvieran en privado, fueron más o menos consentidas.
Stler
(1989-1995) afirma que no puede comprenderse completamente la historia del
racismo sin entender a cuestiones de genero y sexualidad. Racismo e ideas sobre
la sexualidad de los otros a partir de las nuestras han sido ingredientes
principales en nuestra propia construcción identitaria.
Donovan
(2003) también insiste en la importancia de las relaciones sexuales y de genero
a la hora de crear fronteras raciales. Analizando la historia de una mujer mulata y la
implantación de políticas antivicio a principios del siglo XX en diversos
lugares de Estados Unidos, asegura que el mantenimiento de las categorías
raciales dependía de los discursos sobre relaciones legitimas o no entre los
sexos y sus consecuencias reproductivas. Por ello, considera que estos aspectos
no deberían ser nunca olvidados en los estudios históricos sobre el racismo.
Las
nativas representaban las fantasías sexuales de los europeos, reservando para
sus madres, hermanas, esposas e hijas el rol de esposas, madres, amigas y
cuidadoras. El colonialismo europeo –como el norteamericano- se hallaba
encadenado a la maquina del deseo (Stoler, 2002).
El poder de lo erótico
exótico sobre los europeos se basaba no solo en sus posibles largas temporadas
de abstinencia sino en un imaginario de la incontrolable pulsión sexual de la
nativa, su concupiscencia y promiscuidad sexual, su fertilidad. Si por un lado
eran inferiores e incapaces, por otro se les admiraba y se les deseaba; su
belleza corporal, su agilidad no eran reflejo de la disciplina y el trabajo
sino de dones naturales asociados a su raza (Shohat, 2000(1994):21).
Claro está que esta ambivalencia entre la repulsión racial y la
atracción social reflejaba más las frustraciones y anhelos de los europeos, sus
sistemas normativos y represivos de una incorporalidad siempre negada. “