martes, 10 de octubre de 2017

Rubén Dario y Don Quijote.


En un viejo libro de Gramática Castellana del autor J.A. Cova  leí un hermoso poema de Rubén Darío de increíble actualidad, se trata de unos versos ofrendados a la obra de Don Miguel de Cervantes “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” titulado “Letanía a nuestro señor Don Quijote”.

Rubén Darío esboza finamente una visión del mundo desde el cenáculo de la azarosa existencia del ingenuo personaje, todo corazón y fantasía, designándole el campeón de los tristes y destacando sus virtudes de las cuales carece la humanidad.

Alertándonos contra todo lo ruin y cruel de una sociedad infesta degradada y decadente, llena de bajos intereses, antitética y amoral, carente de todo lo bueno, grande y excelso de Don Quijote, de Sancho y sin Dios.




Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos
de los superhombres de Nietzsche,
de cantos áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias, ¡líbranos, Señor!

De rudos malsines, falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia, ¡líbranos, Señor!

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos,
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

¡Ora por nosotros, señor de los tristes
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión!
¡que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!

Rubén Darío.

miércoles, 26 de julio de 2017

El vuelo del Colibrí.



¿Quién valiera remedar en su recorrer el vuelo del Colibrí? Hoy temprano en la mañana, entre los albores, presagios y expectaciones de este día, caminando en el parque, un Colibrí de plumaje esmeralda encarnado y azulejos vibrantes, pasó frente a nosotros con la velocidad del pensamiento, fugaz e indemne; segundos antes sorbía una florecilla dejando apenas en nuestra vista su esplendorosa tonalidad y la imagen de su frágil cuerpecito.

¿Quién pudiera vestirse de su plumaje? Verde azulado degradado con el iris del Sol en su refracción de luz mañanera, espectro de ilusión y fantasía, mágico y ensoñador, repentino paisaje visual que alegra el alma, verdadera música para nuestra vista.

¿Quién se alimenta como él? De flor en flor, un regalo de la naturaleza a su belleza, con su largo pico entre sus ojitos intensamente negros que le adornan elegantemente en su colorido plumaje, sublime brillo que le otorga su alimento vital y puro.

¿Quién poseyera sus alas? Alguien alguna vez cantó –no preguntes cuántas veces por segundo mueve en su vuelo sus alas el Colibrí- parafraseo y digo que ni la más poderosa maquinaria de acrobacia aerodinámica y supersónica lo igualará jamás.

Así son las cosas de la naturaleza, perfectas, cuando miramos el firmamento y nuestra soledad en el Universo, íngrimos ante la inmensidad  y al margen de la oscurana planetaria, somos parte de un cosmos pasajero y quebrantable como el Colibrí, rasante, veloz y en constante movimiento; todo nace, se desarrolla y muere, nada es perenne, todo cambia y se perfecciona, esa es la Ley Natural.

Y el hombre insignificante, aquellos los insidiosos, los seres intromisos en una naturaleza perfecta la causa de su descomposición urbana, los corrompidos, los advenedizos de la razón, acéfalos en su antiética existencial,  lacras de un Universo en plena gestación.

Esa desesperanza pasa, cuando escucho una obra musical como la Música del Agua del compositor alemán Juan Sebastián Bach y uno se anima al pensar, que el hombre en la naturaleza es una cosa maravillosa  y que todo se arregla con el tiempo, que la naturaleza evoluciona para bien y que esta especie actual corrupta e inmoral desaparecerá algún día de la faz de la tierra.

Nectario Garcia Ordoñez.